Arte y Espectáculos

Leo Brouwer: “No hago música bonita”

A los 78 años, el cubano es dueño de una obra que inspiró a Sting y a Juan Luis Guerra, entre otros grandes. Nunca había pisado Argentina, a pesar de la cercanía emocional que siente por este país. La soledad de la orfandad, la pasión por la música y el recibimiento futbolero.

“Yo no hago música bonita, bonito es un gatito, un bebé… una mujer es hermosa, no es bonita”. Lo dice el gran Leo Brouwer, cubano, guitarrista y compositor, acaso uno de los autores vivos más importantes que haya dado el siglo XX. Autodidacta, huérfano, este artista de hablar tranquilo y anecdotario a flor de piel tiene 78 años y, a pesar del enorme puente cultural con Argentina, es la primera vez que pisa suelo criollo. Descolló recientemente en el Centro Cultural Kirchner e hizo lo propio entre los marplatenses que escucharon sus clases magistrales. Es que Brouwer pasó por Mar del Plata recientemente: desde la sala Melany (e invitado por el programa Rabia al silencio), dio cátedra sobre ese instrumento que lo viene acompañando como una hermana de la vida.

No sabe que ésta fue también la ciudad natal de Astor Piazzolla, el otro gran músico de la centuria pasada, autor del Concierto doble para bandoneón y guitarra que Brouwer estrenó en Bélgica en 1985, en un histórico concierto realizado en la ciudad de Lieja en el Festival Internacional de Guitarras. Además, también orquestó “Adiós Nonino”, la pieza que Astor escribió cuando conoció la noticia de la muerte de su padre.

“Desconocía que había nacido Piazzolla en Mar del Plata. Fui su amigo, hice dos discos (con su música), hay muchas cosas de la Argentina” que lo vinculan, que lo acercan, reconoce en una rueda de prensa junto a otros medios locales. Es extraño que, a pesar de viajar por el mundo para presentar su obra, nunca haya tenido oportunidad de estar en este país. También “conocí a Atahualpa (Yupanqui), primero me miraba receloso, aunque no era tan cascarrabias como Piazzolla”.

Sorprendido por el grado de afecto que recibió de parte de los argentinos, admite que muchos de sus seguidores lo ven como “una persona que ha hecho cosas lindas o hermosas, como un referente, como me pasó a mi con otros viejos ídolos”. Y dice que eso “es gratificante” y que el recuerdo que se lleva de Argentina “es imborrable”. “Prácticamente tuve un recibimiento de futbolista, fue apoteótico, había gente que me decía que hacía 30 años que me esperaba”.

Y sigue: “Muchos músicos estudiaron guitarra por mi música, Sting, el rockero, el salsero Juan Luis Guerra, el jazzero Al Di Meola, soy un privilegiado, lo he dicho muchas veces, tengo un respeto y una admiración por esos músicos populares, son fabulosos todos”.

“Me puse atlético”

“Paisaje cubano con lluvia”, “Paisaje cubano con tristeza”, “Un día de noviembre”, “Danza del altiplano”, “Acerca del cielo, el aire y la sonrisa”, entre muchísimas otras, forman parte de su obra que sigue estando viva. “Sigo componiendo, siempre, tengo cuatro o cinco encargos. Ahora me pidieron una obra de Australia”, cuenta, sencillo en su modo de hablar y hasta en su modo de vestir, campera, pantalón y zapatos negros.

Huérfano de madre a los 11, tuvo que salir a trabajar. Se ganó el plato de comida cortando árboles, un episodio del que aún se permite bromear: “Me puse atlético a los 12 años, algo me quedó porque todavía estoy vital y eso es muy importante, estoy en una especie de tercera edad un poco renovada, de la que no quiero hablar para alejar a la guadaña que me viene persiguiendo desde hace años”. Lo dice en relación a los infartos que tuvo y de los que logró sobreponerse.

-¿La guitarra reemplazó la ausencia materna?

-Absolutamente, el sentimiento de soledad de un niño, de pronto, es algo que no puedo narrar, me evadía, pedía prestada una bicicleta y me evadía, claro que como yo empecé a los pocos meses a trabajar ya no había evasión, había compromiso. Y me fue bien: me tracé metas de adulto, no era solo trabajar, era tener metas, yo estaba devolviendo ese plato de comida que tanto costaba… ahora es gracioso, son cosas de la vida, la vida es intensa.

Hechizado para siempre

La colección Billiken que alimentó su temprana capacidad lectora, las películas argentinas, la cara de Mirtha Legrand, de quien confiesa haberse enamorado, más la música de Ginastera lo acercaron a Argentina. Pero fueron Bartok y Stravinsky los compositores que lo fijaron, definitivamente, en el camino de la música. “Me hechizaron para siempre”.

“Stravinsky y los cuartetos de Bartok son obras duras y entonces maduré, la Sonata para Piano… como no tenía dinero para comprarme partituras me iba a una casa de música, me hice amigo de los dueños”, repasa, se lo nota apasionado por los recuerdos de aquellos enormes disparadores artísticos.

“Yo hice el camino al revés, mis músicas populares no me interesaron, ese mundo no me tocó para nada, en cambio los cuartetos de Bartok me dejaron sin dormir, lo mismo que La consagración de la primavera de Stravinsky, las obras más ásperas que se escribieron en los años ’20”.

Brouwer reconoce que su único secreto a la hora de componer es “escribir para la guitarra como si fuera una orquesta” y dice haber encontrado en la antigua música africana y española “las células” del sonido que más le interesa expandir.

“Cuando decidí escribir para la guitarra porque el repertorio de la guitarra era muy exiguo, habiendo escuchado un par de cientos de grandes obras de todas las épocas, me enfrenté a una encrucijada y ¿qué me salvó de esa encrucijada? Una búsqueda de células no de temas, de las células más profundas de la música con raíces en Cuba, que no eran raíces propiamente cubanas sino africanas y en muy menor medida españolas. Esas músicas de dos mil años todavía no han sido igualadas en intensidad”, opina.

Ya al finalizar la entrevista grupal, el compositor les pide a los periodistas que editen toda su charla, porque “editar es componer”.

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